9 feb 2012

Chau Flaco

Antes, cuando alguien importante se moría -pongámosle Perón o Ringo Bonavena-  uno tenía que esperar una semana para ir al kiosco y comprar los famosos suplementos especiales de los diarios y revistas que ilustraban "toda su vida en fotos". Y ahí estaba retratado para la posteridad el personaje desde chiquito, dilapidando alegremente la simpática adolescencia y en todas las obvias presunciones de la madurez, con alguna que otra curiosidad sin ninguna importancia. De la cuna a la tumba en impecable rotograbado por dos pesos.

Ahora todo es instantáneo y no hay que ir hasta el kiosco, basta googlear un nombre conocido y nos inundará un torrente de pixeles sin ninguna misericordiosa tregua para nuestro asombro. O para nuestro dolor.

Uno mira fotos digitales, muchas fotos, y de algo se da cuenta. Que envejecer es el estupor que nos provoca notar como han envejecido los demás. Los que tenían 20 años cuando nosotros teníamos 20 años. Los que eran jovenes cuando eramos tan jovenes. Los que eran inocentes cuando eramos tan inocentes. Envejecer es caer en cuenta que nos empiezan a ser más familiares los velorios que los cumpleaños o los casamientos. Y que inexorablemente un día -la puta madre que lo recontra mil parió- también nos tocará a nosotros.

Uno, como aquel cartel jodón del camioncito destartalado de mi pueblo, también fue último modelo. Uno también fue un imberbe, y se lo hicieron notar. Uno vió crecer y madurar al Flaco Spinetta, a Charly García, a Litto Nebbia. Los vió engordar, encanecer y perder pelo. Uno ha seguido su vida en los escenarios, el papel y las pantallas. Pero sobre todo en los discos, antes en los hermosos vinilo, después en los prácticos CD y ahora en el inevitable pero gratis mp3.

Uno ha vivido, ha engordado, ha encanecido con ellos. Lo único que no envejeció fue la música.

¿Qué música queda en la memoria cuando todo ha pasado, cuando todo ha terminado, cuando todo se ha muerto? No lo sé. Como pasa con las novias, no sé si en la sutil balanza del alma tiene más peso la primera, la última, o la que estaba más buena. Todas guardan un poquito de encanto.

Almendra es algo así como la patria de una infancia tardía y perdida, todos tuvimos alguna muchacha ojos de papel que nos hizo gozar o sufrir, y que al final no nos dió pelota. Quizás por eso. Artaud dicen que es lo más elevado, no lo sé, no soy tan buen entendedor y para explicarlo necesitaría más que pocas palabras. Lo único que podría decir es que allí hay poesía, aunque no la entienda del todo, hablo exclusivamente por mí. Lo que vino después, con las bandas o como solista, está impregnado de lo que fue la marca en el orillo del Flaco: creatividad, sensibilidad y belleza. Sobre todo esto último. El Flaco, como pocos, le agregó belleza a este mundo. Lo más grande, lo más valioso, lo más maravilloso que puede hacer un artista.

Chau Flaco, te moriste y se murió también un cachito de mí. La puta madre que lo recontra mil parió.