11 ago 2011

Sobre la inconveniencia de ser montonero

Sí, ya lo sé. Los que venimos de los glamorosos y nunca bien ponderados setenta cada vez somos menos en las marchas, no por la edad sino por los achaques, usted sabe. Achaques de conciencia, digo. Usted sabrá, habrá leído, que los peronistas llamados de izquierda no eramos peronistas-peronistas de Perón y Evita -que es lo mismo que decir ortodoxos en terminología setentista- sino marxistas disfrazados, zurdos de mierda a quien Perón echó de plaza el 1º de mayo de 1974, para seguir con la desbordada y extravagante terminología setentista.

Luego de aquel raje histórico la Triple A salió de urgente cacería y los que no fuimos emboscados por los esbirros de López Rega e Isabel, nos persiguó, torturó y aniquiló después la dictadura. En realidad, en comparación con otras generaciones, los que podrían haberse transformado en potenciales dirigentes políticos están en su mayoría muertos. Quedamos, entre otros, las segundas y terceras líneas de las organizaciones político-militares, los militantes perejiles y un vasto sector de adherentes y simpatizantes no encuadrados, amén de una gran mayoría de honestos congéneres que pasan por la vida sin mayor compromiso que su realización personal. La dirigencia y los principales cuadros de las organizaciones armadas, salvo ¿honrosas o deshonrosas? excepciones, no sobrevivieron a la orgía de sangre desatada en nombre de los eternos y sacros valores occidentales y cristianos.

Néstor Kichner perteneció a ese sector vastísimo y un poco anónimo de militantes setentistas que podían contarse por miles y miles. Adhirió a un desprendimiento de la Juventud Universitaria Peronista (organización estudiantil subsumida en un conglomerado mayor de organizaciones sociales y agrupaciones de militantes llamado Tendencia Revolucionaria) que se llamó JP Lealtad, justamente para ser leales a Perón después de su regreso, abandonando definitivamente la reivindicación de la lucha armada. La JP Lealtad no tuvo nada que ver con organizaciones de la derecha pura peronista como el Comando de Organización (CDO) o la Concentración Nacional Universitaria (CNU), estas sí identificadas con la más rancia derecha peronista, de yapa nacionalistas y anticomunistas hasta la medula, pegaditas nomás a la ilegal y clandestina Triple A. No, la JP Lealtad reivindicaba las luchas populares y el común horizonte de la patria socialista, pero bajo la conducción de Perón, no de Montoneros.

Para decirlo sin ambages: Kirchner nunca fue montonero, perteneció a la JP y la JUP, una de las grandes estructuras de la Tendencia Revolucionaria liderada por Montoneros, como millones de estudiantes. Luego, presumiblemente a partir de 1973, adhirió a la Lealtad. Aunque hay pocos registros de la época sobre la JP Lealtad el nombre de Néstor Kirchner no era conocido. El resto ya es historia, se recibió y se fue al sur junto a Cristina a ejercer su prefesión de abogado.

¿A cuenta de qué durante tantos años los medios tradicionales, no pocos escritores, periodistas e intelectuales, y un montón de nabos, se han esforzado por dejar pegado a Kirchner con Montoneros? La respuesta es muy fácil: descalificarlo y demonizarlo por carácter transitivo. Por alguna razón se instaló en el imaginario colectivo un malentendido que no termina nunca de resolverse, y creemos que difícilmente lo haga algún día, y Kirchner tampoco colaboró por aclarar el malentendido. Hubiera bastado un simple y contundente "Nunca fui montonero". En cambio fueron amplias, explícitas y persistentes las referencias a "una generación diezmada que tenía sueños". Pero, sobre todo los medios, identifican generación setentista con montoneros, siendo que no todas los personas de aquella generación, politizada al mango, fueron militantes, menos revolucionarios, y mucho menos combatientes armados. Incluso hay gente que gusta considerarse continuadora de los lineamientos políticos de Montoneros -no los metodológicos, obvio, porque ahora queda mal- que se encarga de asegurar con vehemencia a quien quiera escucharlos, que Kirchner nunca fue montonero de verdad. Como si hiciera falta. Tampoco faltan quienes le reprochan a Kirchner la traición a los principios revolucionarios de los setenta o, como el escritor Martín Caparrós, el uso indebido, oportunista y malévolo de la memoria. En fin, hay de todo en la viña del Señor.

La estigmatización de montonero es algo que la figura histórica de Kirchner compartirá a nivel de imaginario social con el estigma de fascista del que no pudo desprenderse Perón, aunque la historia y los historiadores digan y aseguren lo contrario. Una de las tantas construcciones intelectuales hecha carne en lo colectivo y difícil de desmentir y deconstruir, aunque se tengan todas las pruebas en la mano. Por un decir el raje de la plaza aquel memorable 1º de mayo de 1974, que no fue expulsión sino el abandono del espacio por parte una inmensa mayoría de jovenes de la Tendencia (la tercera parte de la plaza, según las filmaciones de la época), un desplante de significación histórica totalmente opuesta a la consolidada construcción de la expulsión. Vicky Walsh, y muchos otros guerrileros montoneros, expusieron en el último instante de su vida la persistencia de un sentido de fatalidad y trascendencia, que quizás como ningún otro, atraviesa de punta a punta el espíritu de la generación militante de los setenta: "Ustedes no nos matan, nosotros preferimos morir". Lo mismo, salvando las distancias, ocurrió en Plaza de Mayo el día de la ira: Usted, general, no nos echa, nosotros nos vamos. Pero vaya usted a tratar de desarmar el entramado de una construcción colectiva de décadas. Difícil.

Leer la realidad política actual desde la mirada de la bienaventuranza setentista puede resultar interesante para promulgar acertos nostalgiosos y testimonios con moraleja, pero a esta altura del partido algunos estamos hartos del narcisismo perdonador del "yo lo viví" como de la soberbia maquillada del "¿a mí me lo vas a contar?" Lo mismo vale para lo inverso: desgarrarse las vestiduras desde el presente por unos tiritos más o unos tiritos menos disparados en el rincón oscuro de una época donde la vida -la de los unos y los otros- no valía un reverendo comino y los valores morales compartidos eran totalmente diferentes a los de una democracia pluralista, tolerante y participativa. Por un decir, un editorial de la revista católica Criterio, vocero no ofical de la Iglesia Catolica, después de los hechos de Monte Chingolo resaltaba textualmente en enero de 1976: "... Es posible decir que el saldo impresionante (…) del episodio de Monte Chingolo, produjo en muchos un sentimiento de alivio: cien muertos son cien enemigos menos, y si fueron más mejor, cualquiera haya sido la manera de su muerte". En fin.

Volviendo a las miradas: No es que nuestras convicciones y creencias setentistas no hayan sido buenas o estuvieran equivocadas, simplemente no sirvieron para los fines previstos en el proyecto político: no se pudo hacer la soñada revolución socialista por la vía de las armas. Y, de yapa. en el interín abundó el despreció por la democtacia y el Estado de derecho que, como diría Capusotto, tanta falta hacen en estas tierras. Queríamos la patria socialista, el escarmiento fue tremendo, y hasta perdimos esa cosa fofa, sosa y desabrida -para los ojos de entonces- llamada democracia.

Es lo que los montoneros tardíos y neo montoneros le enrostran a Kirchner desde el despecho: nuestro sueño era la patria socialista, no una buena gestión de gobierno ni algunos logros populistas. Es como pedirle a un político del año 2000 que haga la revolución que no pudo hacer toda una generación en los 70. Demasiado. El kirchnerismo no es la Tendencia. Es lo que es, y condice con lo mejor del peronismo, al fin y al cabo el Tío Cámpora tampoco estaba caminando hacia, ni insinuando, la patria socialista, más allá de lo declamatorio: su norte era la lealtad hacia Perón, quien cuando habla de socialismo alude a la sinonimia con justicia social y no a un socialismo de corte marxista. Algo tan simple y banal, pero ideológicamente complejo, que ha merecido el aporte de las mentes más brillantes del campo intelectual nacional y popular como Rodolfo Puiggrós, Juan José Hernández Arregui y Jorge Abelardo Ramos, para no ir más lejos.

Concretar desde la acción de gobierno algunos logros del ideario del peronismo clásico como la redistribución de ingreso es ya de por sí revolucionario. Si a ello de le suma la reivindicación de las luchas de la generación del 70 y el juicio y castigo a los culpables del genocidio, francamente, por ahora, nos damos por satisfechos. Si queremos algo más no tenemos ningún derecho a exigírselo al kircherismo o a Cristina que nunca prometió abrir las anchas avenidas para avanzar hacia la revolución social. Si queremos algo más de lo que ofrece el kirchnerismo lo debemos hacer nosotros, desde el reclamo, la organización y la lucha. Claro, si es que nos da el cuero.