6 jun 2016

Revolución

El olor del pan caliente, del pasto mojado, de la albahaca, decía yo entre vinos y empanadas flacas en una ronda de borrachos en la villa, de madrugada. Eramos poetas, o queríamos serlo. Poetas suburbanos, pequeños burgueses de orientación marxista, como decían los textos sagrados. Los olores de la infancia siempre vuelven, dijo uno, nostalgioso. Mi infancia tenía jazmines, dijo otro, en pedo. El único villero, nacido y criado allí, dijo que el olor de su infancia era el olor a podrido de la zanja y que por suerte no sentía ninguna nostalgia. Por supuesto, no hicimos la revolución.