31 may 2003

El corazón intacto de la infancia

 Todavía te veo, mamá, lejos, muy lejos, en el bullicio de un otoño perdido para siempre, alta tu voz como el nogal, yendo, viniendo, pequeñita, cuando todo era asombro, olor a pan, nube de gatos. Te veo mamá, tan fresca era tu risa, tan consoladoras tus palabras, tan intensa la vida. ¿Qué nos pasó mamá? ¿Por qué todo está tan lejos? Andamos por el mundo como buscando algo que no sabemos, escondiéndonos unos de otros, evitando mirarnos a los ojos, esquivando el abrazo que nos haría más humanos. B. se ha muerto y ni siquiera podemos decírtelo. R. se amuralla en un país que no conozco y se defiende de no sé qué enemigo. G. ha sucumbido en un orden pequeño, en una paz pequeña en su rincón sin sol y sin amor.

Yo me levanto temprano, pongo la radio bajito, y no sé por qué, mamá, porque estoy solo, tan solo en un mundo lleno de objetos que nunca gozaré, repleto de éxitos que nunca tendré, cargando los muertos que nunca maté. Tal vez mi desvelo se deba a la añoranza, tal vez este cansancio de esperar y esperar que alguna vez vuelta aquel sol de las dos de la tarde, vuelvan las mariposas y las ranas, los bichitos de luz, las palomas. Vuelva papá con su alegre cansancio y sus manos callosas y me pida que lo ayude. Tal vez, mamá, quiero sentir el olor a dulce de higos, sentirte cantar, sentirte reír, porque la vida era hermosa, llena de esperanza y de sentido. ¿Por qué no te lo dije mamá? ¿Por qué esta vida de silencios tan largos? Tengo el corazón intacto de la infancia, vos haciendo nido en la vejez y la locura. Yo, con tantas ganas de decirte te quiero.

31 de mayo 2003