2 may 2023

Eduardo, donde quiera que estés

 Esto debe ser 1956 o 1957, afortunadamente la inocencia nos preservaba de la terrible tristeza de aquellos años de milicos fusiladores y de la pobreza que nos acompañaba a paso corto como perro seguidor. Pero nosotros eramos chicos, igual eramos felices. Yo soy el de la izquierda, tendría cinco o seis años, en el medio una primita y vos a la derecha, me llevabas seis años. Chivilcoy era entonces un pueblo arropado por el susurro de altos eucaliptus y pájaros cantores, y aquel aire preñado de polvo y olor a madreselvas, el barrio entero era de pura tierra, en verano pasaba un cansino camión regador municipal, todavía siento el olor incomparable de la tierra mojada, en invierno se convertía en un barrial, pero de un barro para nosotros hermoso. Te fuiste en la pandemia, en soledad, ni un puto abrazo pude darte, hermano. Cómo me gustaría mostrate esta fotito vieja y ajada que encontré,  tomar un vinito, hablar de la infancia, de aquella felicidad que podía tocarse y olerse, y que después la vida nos mezquinó. A mí se me hace cuento que hay otra vida, aunque quizás, tal vez, en una de esas existe algo parecido. Porque hoy cumplirías años Eduardo, y si es que existe esa otra vida estarás con mamá, con papá, con Tito, con Ramiro, con Derlis, con todos los finados queridos y también con mi gato Macedonio. Serán un montón, ojalá puedan tomarse un vino y brindar por lo que pudo haber sido y no fue. Feliz cumpleaños hermano, esperenme, no voy a tardar mucho.


1 sept 2022

Confieso que he vivido

 En los cumpleaños se celebra el día que uno nació, y aunque hoy, primero de septiembre, es mi cumpleaños número 71, prefiero celebrar un acontecimiento anterior al nacimiento. Como soy octomesino, hice mis cálculos y llegué a la conclusión que papá y mamá celebraron alegremente el año nuevo de 1951, concibiéndome. O sea el primero de enero ahí estaban, festejando, creando vida. Era feriado y no había televisión. Así que ese día corrí como loco y al final salí primero en una espeluznante y feroz carrera entre millones y millones de espermatozoides. Fue grandioso, impresionante, fantástico, extraordinario. Y fue la única vez que gané algo. Reconozco ser un desastre en el arte de vivir, siempre me pregunto cómo hubiera sido mi hipotética existencia si ganaba alguno de los perdedores. Por alguna razón aborrezco de las competencias.

Hace unos días enterré a mi sobrino Derlis, nos unían recíprocos afectos. Hace unos meses esparcimos las cenizas en Plaza de Mayo de mi amigo setentista Ramiro Ross, como él quería. Mi hermano Eduardo se fue el año pasado en la soledad de la pandemia, ni un puto abrazo pude darle; de cuatro hermanos quedamos dos, una hermana de 81 y yo. También partió mi ex Ada Fanelli, la mamá de mis hijos, hace unos meses. Hay tanta muerte que anda rondando, despacito, como un perro enamorado que te sigue de lejos, te das vuelta, lo mirás con furia y se detiene, pero no retorna, seguís caminando y vuelve a seguirte. ¡Y me gusta tanto vivir! Respeto las creencias, pero no creo en dioses ni en otras vidas, para mi existe solo ésta, como los grandes amores, deseada, amada y maravillosa vida.

Dicen que la vida es como un hotel donde los huéspedes son eso, huéspedes, uno no vive en un hotel para siempre, llega, se instala, disfruta de su tiempo y luego debe irse para dejar el lugar a los que llegan (lo escuché en una película y me pareció muy bueno). Están los hijos y los nietos, que son la versión ampliada de los hijos cuando eran chiquitos. Y está el amor de la mujer que amo desde hace tantos años, y que gracias a la santa bailantera Gilda y al Gauchito Gil no convivimos, sabe dios que yo no hubiera resistido ni seis meses. No puedo vivir con ellas, pero tampoco puedo vivir sin ellas.

Están los amigos, los reales digo, que son como los vinos: los buenos vinos, bien cuidados y envasados, se vuelven exquisitos con los años, los malos y mal envasados se descomponen y convierten en vinagre. Por suerte tengo un puñado de amigos de fierro, alguno desde la juventud, otros han muerto o desaparecido. En Facebook tengo miles de amigos virtuales, alguien dijo que tener muchos amigos en Facebook es como ser rico en el Monopoly, podría ser, cambiaría con gusto esos miles de amigos virtuales por un solo abrazo real.

Después están las cosas, las simples, las profundas, las trascendentes, lo sublime de "Años de soledad" de Piazzolla y Gerry Mulligan; los libros nuevos que embriagan con su aroma de tinta; el olor de la tierra mojada después de una lluvia de verano; las madrugadas de San Telmo con el brillo mágico de los adoquines; la fugaz mirada de una mujer desconocida que te erosiona el alma; las mariposas de la infancia en un pueblo lejano y polvoriento; la risa de los niños; cantar la marcha hasta perder la voz; mirar fotos viejas y ajadas de difuntos en el esplendor de su vida y de antiguos amores eternamente jóvenes y alegres; el pan con chicharrones calentito; las películas en blanco y negro de Béla Tarr; las mollejas bien a punto; los caramelos de menta (lo siento, me gustan los de Arcor); las conmovedoras esculturas de Gustav Eberlein y Antonio Canova; comer, de parado y despacito, dos porciones de muzza y otra de fainá con una vaso de vino en Güerrín; los poemas tristes de César Vallejo; el perfume de la albahaca fresca; la maravillosa música de bombo y redoblante peronista, y tantas, tantas otras cosas que atesoro con avaricia de coleccionista en mi álbum, muy personal, de la felicidad. Pero a veces lo olvido. Prometo prestar más atención.

En fin, he confesado.

Horacio Sacco, 1 de septiembre de 2022

 


3 may 2022

Eduardo, donde quiera que estés

Hermano, hoy cumplirías años, acá estamos en un asadito familiar, con Juan, Mara y mi nieto Gian, que hoy ya tiene 15 años, pero ésta es la última foto que tengo de vos así, flaco como siempre, alegre, saludable. Es una lástima no creer en la existencia de otra vida, quisiera creer pero no puedo. ¿Dónde van a parar las cosas que se fueron?, la infancia florecida en la siesta de un pueblo lejano, con tantas mariposas en enero, calandrias peregrinas, sapos y grillos cantores, el tren de las siete, que una vez se fue y nunca más volvió, mi único par de zapatos marrones, el aroma a pan caliente de la panadería, los bichitos de luz entre las madreselvas, los  cien pesos que perdí a los nueve años y lloré un día entero, no podía decirle a mamá porque iba a ser peor, me dormí llorando, entonces, a la noche, me dejaste cien pesos de tu sueldito de cadete debajo de la almohada, tenías quince años. Éramos tan felices en aquella casa vieja con el patio perfumado de glicinas. Tenía un hermano mayor que me defendía, y siempre, siempre estaba ahí, cuando lo necesitaba. Después nos pasó la vida, como una manada de rinocerontes enfurecidos, como un malón de ausencias. Ojalá exista otra vida, a veces, cuando por esas cosas se me pierde por descuido la alegría, necesitaría tanto una mano buena que me dejara, sin decirme nada, sin pedir nada a cambio, un puñadito de felicidad bajo la almohada. 

2 de mayo de 2022

 



12 feb 2022

Apunte bien

Creo que necesitaría otra vida, o dos, para hacer todo lo que no hice: los sueños incumplidos, las esperanzas rotas, los amores tarados. 

Pero si tuviera la oportunidad de cambiar esta vida gris por un instante, uno solo, honroso y fulgurante, la cambiaría sin dudar por los cinco segundos luminosos en que el Che le dice a su verdugo:

"Póngase sereno y apunte bien, que usted va a matar a un hombre".  

 

22 may 2021

Cómo tardan en irse nuestros muertos


 Por Marcia Bredice

Cómo tardan los muertos en irse. Tardan lo que el principio de una ceguera. Son ese lento atardecer de verano en el que no puedo dejar de pensar cuando leo a Borges, o lo último que queda del invierno en los agostos y sobra la lana y no alcanza el abrigo.

Cómo tardan los muertos en irse. Tardan años, décadas, lustros y centurias. Pareciera que el tiempo los ahorrara, como monedas; o que los días de la memoria los lustraran, como mármoles.

Van desprendiéndose de a poco de las fotografías, de los almuerzos, de las resacas somnolientas de las siestas. Queda la silla vacía, el plato puesto y duelen en los paladares los tenedores de Vallejo. Y duelen las veredas y las camas y los sitios por los que caminaron, muriendo. Duelen los dientes postizos y los harapos que quedaron, olorientos, en un rincón de su cuarto.

Qué solos van quedándose los muertos. Tan horriblemente solos, tan horriblemente muertos. Tan aprisionados en sus nichos, tan fríos y tan yertos, que no alcanzan las placas para nombrarlos ni para retenerlos.

Son los sonámbulos del cuento de terror. Deambulan como locos la vigilia de los vivos.

Tardan en irse. Cómo tardan en irse de sus huesos. El brazo largo de sus músculos se despide de sus húmeros y radios.

Se le caen los pedazos, se convierten en cenizas, nuestros muertos.

Se demoran en nosotros para que nosotros no podamos olvidarnos de sus cuerpos.

Juan y Néstor, Ana, Francisco, Ismael, Ernesto, y ahora también María Sofía se me va errando con su mortaja y con su velo. Qué risa retiene en los músculos cuando me ve llorar porque sé que ha muerto. Cuántas veces la sueño elevada en sus zancas piernas, apurándome en el sueño, invitándome a que viaje aunque sabe que no puedo.

Cuánta muerte a cuestas de los muertos.

Se apelmazan en los vasos, en las tazas, en los baúles. Se vuelven cal y canto del filo brumoso de la herida.

Duermen al borde de la cama, enroscados como perros. Bostezan un aliento nauseabundo, nuestros muertos.

Se vuelven salitre, baba de diablo. Huelen a estiércol.

Son la pez hirviente del Dante, la capa de plomo, la entrada al infierno.

Bailan. En la zumba tormentosa de la noche, bailan. Se prenden de las rejas. De los balcones se nos cuelgan nuestros muertos. Si enrollamos las persianas se nos cuelan por los huecos.

Hablan. Por debajo de la almohada hablan. Hablan con eco resonante en las cañerías, en los conductos, en los depósitos.

Traen el olor a moho de las cáscaras podridas, de los algodones con los que limpiaron sus últimos sudores. Traen el olor a aceites de motores en los que anduvieron, muriendo.

Los sentimos vibrar en el silencio huérfano de la noche, donde nadie puede desoírlos, ni hipnotizarlos, ni quererlos.

La memoria los aplaude, los aviva como fuegos.

Tardan. Siempre tardan en irse nuestros muertos.


23/04/13 Rosario|12

2 mar 2021

Cuatro melones

Absolvieron a un hombre por un intento de hurto considerado insignificante  

El acusado se dedicaba a cartonear, e intentaba llevar 4 melones para alimentar a sus tres hijos y a su pareja, embarazada.

Dos camaristas de la Justicia nacional aplicaron el principio de "insignificancia" para absolver a un hombre que en 2018 robó cuatro melones de una verdulería en el barrio porteño de Villa del Parque. En el fallo de la Sala II de la Cámara nacional de Casación en lo Criminal y Correccional, los jueces tuvieron en cuenta que el producto era "de primera necesidad", que el hombre se encontraba sin trabajo estable y que no hubo violencia durante el intento de hurto. 

El tercer camarista de la Sala, Horacio Días, votó en disidencia. El hecho por el cual el hombre, nombrado como N.D.F. para resguardar su identidad, tenía una condena en suspenso con una pena de 15 días de prisión, ocurrió el 27 de febrero del 2018. N.D.F. intentó robar cuatro melones en una verdulería de Villa del Parque, ubicada en la calle Gutenberg al 2889, en la Ciudad de Buenos Aires. Luego de tomar los productos, en exhibición sobre la vereda de la verdulería, el joven intentó huir pero no llegó muy lejos: a los pocos metros un grupo de uniformados de la Policía de la Ciudad lo detuvo y secuestró la mercadería. 

Por el delito, un tribunal oral condenó a N.D.F a 15 días de prisión, pena que quedó en suspenso por tratarse de una condena menor a tres años, tal como establece el Código Penal. Este lunes la Cámara de Casación en lo Criminal y Correccional decidió absolver al joven por considerar el "estado de necesidad" en el que se encontraba, sin trabajo estable y obteniendo sus únicos ingresos como cartonero. La defensa argumentó que se trataba de un producto "de primera necesidad", un alimento de consumo inmediato que el hombre hurtó para llevarle a su pareja, quien por entonces estaba embarazada, y a sus tres hijos, menores de edad. 

La familia vivía en un inmueble prestado, sin baño ni cocina. Según registros estadísticos de ese año, casi el 20 por ciento de los jóvenes de la Ciudad de Buenos Aires se encontraba sin trabajo. Los camaristas Eugenio Sarrabayrouse y Daniel Morín, quienes votaron a favor de la absolución, se basaron en el principio de insignificancia, un elemento que permite leer los delitos en contexto. Según este principio, no cualquier afectación es válida para categorizarla como delito y para utilizar el ejercicio del poder punitivo, sino que "debe tratarse de una lesión significativa, real, ostensible y grave". 

En el fallo, el camarista advirtió sobre "la distorsión" que genera en el sistema judicial que los fiscales, jueces y defensores se dediquen a atender "casos de mínima alteración del orden social en detrimento de la utilización de los escasos recursos humanos al procesamiento de causas de alto impacto". Por su parte, el juez Horacio Días votó en disidencia, por considerar necesaria la confirmación de la condena. 

"No hay un límite general para la punibilidad por razones de insignificancia", señaló el camarista, ya que los hechos "son injustos o permitidos" y "si superan el umbral de la antijuricidad –aun cuando lo sean de un modo no significativo– son contrarios al Derecho". Días recordó que existen "eximentes penales" como el "estado de necesidad disculpante" en los casos de hurtos famélicos, "que revisten al acto de imposición de la pena estatal con una debida proporcionalidad y razonabilidad". 

Para el juez, a pesar de la situación económica en la que se encontraba el joven, el mismo debe cargar con la condena que le impuso el tribunal. "El Estado debe poner de manifiesto que se toma en serio el rechazo de los delitos", precisó Días y remarcó que "de tolerarse la infracción a una norma se deja entrever que no es digna de ser conservada o defendida". 

Página/12, 2 de marzo de 2021-

2 sept 2020

Hace 69 años y ocho meses gané una carrera increíble

 Ese día, ocho meses antes de nacer, hubo una competencia donde salí primero entre millones y millones de espermatozoides. Fue grandioso, impresionante, fantástico, extraordinario. Pesimista desde la panza de la vieja hasta el cajón, al principio dudaba, pero al final llegué primero y me consagré campeón, es decir fui procreado. Fue la única vez que gané algo importante. A veces pienso si yo, que soy un desastre, gané aquella carrera, cómo serían los que perdieron!!!

El premio fue el don de la vida, así que estuve lo más pancho nadando a pata ancha feliz y contento durante ocho meses (ni siete ni nueve, ocho), hasta que salí a este mundo cruel bajo la luz de Virgo. De eso hace exactamente hoy 69 años. Gracias vieja, gracias viejo. Me esperaban unos padres fenómenos, tres hermanos más grandes, un pueblo de llanura, y Perón era presidente. Nací un sábado nublado, el diario Clarín costaba 20 centavos y Evita renunciaba a la candidatura a la vicepresidencia. Como buen virginiano soy racionalista y materialista al mango, no me vengan con dioses, otras vidas, buena suerte, magias, karmas ni destinos.

Siempre digo lo mismo cada cumpleaños: Si por un acto prodigioso pudiera volver a empezar haría todo diferente. Corregiría los disparatados errores, esquivaría las insensatas decisiones y evitaría las elecciones de mierda; no gastaría pólvora en chimangos ni alentaría frágiles ilusiones, esas que, como burbujas de champán, mueren al nacer.

Hay más. Existe un verbo que usan casi unicamente los freudianos: procrastinar, que significa aplazar, dejar para mañana, posponer. Como intentar tres veces leer el Ulises de Joyce, la Divina Comedia del Dante o En busca del tiempo perdido de Proust. Fracasé con todo éxito, me iré de este mundo sin terminar ninguna de esas que, dicen, son obras magistrales, que por la pereza o indisciplina me resultaron densas y pesadas. En cambio leí boludeces superficiales y livianas fácilmente olvidables, hasta un libro de autoayuda berreta que me pasó una mina que conocí en La Giralda un sábado lluvioso y tristón, entre un intercambio de monólogos, soledades y fracasos. Para colmo no pasó nada.  

Y ojalá fueran solo libros lo que dejé para un mañana que nunca amaneció. Pero no todo salió mal, están los hijos, los nietos, las mujeres alguna vez amadas, la memoria, los amigos de fierro y los que ya no están, los compañeros, la militancia, estudiar en la UBA, anotar en la libretita invisible del alma las cosas que me gustan: la pizza de Güerrín, el amor en abril, ver crecer las plantas con esas ganas tremendas de alcanzar el cielo y florecer, compartir buena musica y buen cine, la solidaridad de los perdedores del sistema, acariciar un gato callejero, escribir sin pretensiones literarias, escuchar en silencio más que hablar a los gritos, un buen Malbec en buena companía, el queso roquefort, que me resisto a llamar azul, igual que escribir septiembre y psicología sin p, qué se yo, mirar de madrugada la llovizna sobre el empedrado desparejo de San Telmo desde la penumbra de un desangelado bar, con una caña a medio terminar, mientras suena a lo lejos la voz áspera y fatal del Polaco: "No ves que vengo de un país, que está de olvido siempre gris..."

En fin, llegar a los 69 en medio de esta pandemia de espanto, lejos de los seres amados, hasta el gato se tomó el raje hace unos meses, esto es para mi iniciar el viajecito imaginario al cementerio de elefantes, que espero quede lejos, muy lejos. No porque le tenga miedo a la muerte (un poquito sí), sino por un amor desmesurado hacia la vida.

1 de septiembre de 2020.