1 nov 2010

¡Qué puta suerte la nuestra!

Cuando las palabras no alcanzan, cuando las palabras sobran, queda entonces la sobria beatitud del gesto congelado, la locuacidad de una mirada vacía, el sentido arrollador de un silencio sin bordes. Hay imágenes que hablan, que nos interpelan. que nos desarman. Las patas en la fuente el 17 de octubre. Aquella foto de la niña desnuda desconsolada corriendo por una ruta bombardeada de Vietnam. El soldadito deshecho en lágrimas ante el paso de Perón muerto. Qué mas decir sobre la muerte de Néstor Kirchner que ya no haya sido dicho. Torrentes de imágenes, sonidos y palabras nos arrastran por el cordón de la tristeza, como botecitos frágiles armados por un niño. Hace ya tiempo que los hombres hemos perdido la vergüenza de llorar, no me refiero a los jóvenes donde todo es más fresco y natural, sino a los hombres de la generación de Kirchner, cincuentones, sesentones y más, criados y crecidos al amparo de un desvelado machismo sin ambages: los hombres no debían llorar, no mostrarse vulnerables, algo así como los gatos que se esconden cuando están enfermos o se sienten mal, porque llevan en sus genes la ancestral prudencia del mamífero pequeño que teme que un predador más grande lo descubra débil, lo persiga y se lo fagocite. El mundo ha vivido equivocado, diría el entrañable Fontanarrosa, qué equivocados estaban nuestros padres nacidos a principios del siglo XX, al enseñarnos que llorar era mostrar debilidad, o lo que es peor: algún dudoso costadito femenino no deseado ni menos aceptado. En lugar de incentivarnos a crecer en sensibilidad nos enseñaron a reprimirla y esconderla. Luego estaba el tango, que te batía posta que llorar era cosa de minas, y las mismas minas que no te perdonaban el menor desliz emocional, so pena de poner en duda la virilidad y todo lo que implica y significa. De terror. Menos mal que aprendimos y cambiamos.

Se murió el Néstor, imprevistamente, en la flor de la edad para un político. Usted, quizás, está esperando alguna reflexión ¿Pero sabe una cosa? Hace días que me la paso llorando por un hombre como una mujercita o un maricón, sin que todavía pueda hilar un pensamiento como la gente. (31/10/10)