29 jun 2019

Compañero viene de compartir el pan

[Cada 4 de agosto se conmemora en Argentina el Día Nacional del Panadero, como recuerdo del 18 de julio de 1887, fecha en la que se fundó en Buenos Aires la Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos, que significó el primer sindicato de esa profesión en la Argentina. La fecha quedó establecida por el Congreso Nacional en 1957 y tiene como objetivo destacar la importancia de los trabajadores que se encargan a diario de hacer el pan que llegan a los hogares de todo el país]

Compañero viene de compartir el pan

Mi viejo era obrero panadero. Maestro de pala, que es quien mete, acomoda con maestría y saca el pan del horno en el momento justo. Vivíamos en un pueblo chato de la llanura bonaerense. Eran tiempos en que se usaba leña y el pan tenía otro sabor, era más rico. Entonces nada era automático y había unas pocas máquinas vetustas, casi todo se hacía a mano. El lugar de trabajo era "la cuadra", un hervidero de amasadores, reposteros, maestros, peones, aprendices. Es un trabajo duro, todos son imprescindibles, se trabaja de noche y si alguno falta hay que reemplazarlo. Estoy hablando de fines de los 50, cuando había dictaduras militares y tanta tristeza, casi como hoy en día.

En la panadería hacían pan, galletas, facturas, bizcochitos de grasa, roscas, y en las fiestas pan dulce. Mi viejo se levantaba a las tres y media de la madrugada a tomar unos mates apurados y salía en bicicleta para llegar a las cuatro en punto. Salía a las tres de la tarde y tenía un solo día de descanso semanal. A veces la noche de su día de descanso, a las tres y media de la madrugada, alguien venía y golpeaba suavemente la ventana del dormitorio de los viejos, que daba a la calle, "Sacco, faltó el Raúl, levantate que tenés que venir a reemplazarlo". Yo escuchaba desde mi pieza y me daba tanta tristeza oir un "Ya voy", porque la noche anterior, mientras cenábamos, mi viejo había dicho, con algo parecido a la satisfacción: "¡Cómo voy a dormir esta noche!".

Los obreros panaderos se reunían un sindicato de noble origen anarquista. De muy chico aprendí que los nombres de algunas facturas eran reivindicaciones anarquistas y burlas hacia el poder, los curas y la burguesía: vigilantes, bombas de crema, cañoncitos, bolas de fraile, sacramentos. Todos los días a las dos y media de la tarde llegaba el viejo de la panadería, cansado, a veces con la cara colorada, por el calor del horno. Dormía una siesta corta y después salía a vender escobas y cepillos en bicicleta. Era un buey para el laburo. Por convenio con el sindicato la patronal entregaba a los laburantes, en ese entonces, un kilo de pan diario, y aunque eramos 4 hermanos un kilo era demasiado, así que en casa mi viejo hacía pan rallado para las milanesasy mi vieja preparaba budines de pan, y aun así no consumíamos todo. Entonces mamá repartía pan entre los vecinos más necesitados. Hasta tenía "clientes" fijos que venían puntualmente por su bolsita semanal.

No sé por qué me acordé del cansancio de mi viejo esta mañana de 2019, donde un kilo de pan cuesta más de 100 pesos. Y de la generosidad de la vieja. Creo que soñé mojando de lágrimas la almohada al recordar, ya grande, al viejo saltar como un resorte de la cama, en su único día de descanso semanal, para ganarse unos pesos extras.

Ayer a la tarde (y esto ya no fue un sueño sino una pesadilla del maldito macrismo) entré a una panadería a comprar un cuarto de figacitas de manteca, que tengo prohibidas pero me gustan tanto. Delante mío había una mujer mostrando un puñado de monedas al panadero. "Deme todo esto -dijo- de lo más barato". El panadero metió tres pancitos en una bolsita, "y este va de yapa". La mujer no parecía indigente, solo una vieja, anónima y gris. Ojalá yo fuera un chico, pensé. Ojalá viviera mi papá, que se ganaba el pan de cada día. Ojalá viviera mi mamá, compañera, que repartía el pan entre los más pobres que nosotros, que éramos pobres. Pero soy grande y tan pelotudo que tuve vergüenza de decirle a esa mujer lleve lo que quiera señora que yo pago. No lo dije en su momento y ya nunca más se lo podré decir. Como no pude decirle a Doña Laura y a Don Antonio, cuando estaban en este mundo sembrando semillas solidarias del color de pan, el orgulllo que tenía de ser su hijo, y que tanto los amaba.